Historia
Desde muy antiguo la Humanidad ha tenido la necesidad de predecir el tiempo. La observación del cielo siempre ha sido un punto de inicio para muchas predicciones, mitos y temores. En el caso de las cabañuelas, la experiencia y tradición juegan un papel fundamental.Las primeras referencias a estas predicciones son muy antiguas; así en la antigua Babilonia se celebraba la "Fiesta de las Suertes" o Zamuk, en el ceremonial de Akitu del Año Nuevo Babilónico, en la que se predecía el tiempo para cada uno de los doce meses del año.
El primer tratado científico occidental sobre el tiempo lo escribe Aristóteles, que describe como válidos varios métodos de predicción a largo plazo.
A partir de la aparición de la meteorología científica y de la elaboración de predicciones a partir de ella, las cabañuelas han ido perdiendo popularidad. En España fueron utilizadas frecuentemente hasta la década de 1940. El Calendario Zaragozano, que se edita desde 1840 (Mariano Castillo y Ocsiero), incluye esas predicciones.
Actualmente la meteorología considera que, aunque la predicción a corto plazo mediante el saber popular y la experiencia es perfectamente factible, no sucede así con la predicción a largo plazo, motivo por el cual es considerada una pseudociencia.
En Venta de Gaeta sin ser muy tradicionales siempre han estado de boca en boca hasta estos dias. Javier Tarin es el que se preocupa de darnos el pronostico todos los años.
Lo importante no es el acierto sino la tradición.
Llegado
el primero de agosto se anotaba, casi siempre en la memoria, los pormenores
climatológicos ocurridos en ese día, dado que serían el reflejo de lo que
acontecería el próximo año, en su correspondiente mes. El día dos, lo mismo.
El día tres, igual. El cuatro, otro tanto. Así, sucesivamente, hasta completar
las tornas y las retornas de las dichas cabañuelas, pues:
El día primero de agosto se correspondería con ese mismo mes de
agosto.
El día dos de agosto, con el mes de
septiembre.
El tres, con octubre.
El cuatro, con noviembre.
El cinco, con diciembre.
El seis, con enero.
El siete, con febrero.
El ocho, con marzo.
El nueve, con abril.
El diez, con mayo.
El once, con junio.
El doce, con julio.
A
las tornas seguían las retornas, tomando en sentido inverso los meses, que
debían confirmar los vaticinios hechos en los doce primeros días del mes. Así,
el día trece de agosto se correspondía, de nuevo, con el mes de julio. El día
catorce, a junio. El día quince, a mayo.
El
dieciséis, a abril.
El
diecisiete, a marzo.
El
dieciocho, a febrero.
El
diecinueve, a enero.
El
veinte, a diciembre.
El
veintiuno, a noviembre.
El
veintidós, a octubre.
El
veintitrés, a septiembre.
El
veinticuatro, de nuevo a agosto, como se empezaron.
Una
vez confrontadas las tornas y las retornas de cada mes, se determinaba el parte
meteorológico del año venidero: si en el promedio de ambos dos días
correspondientes a determinado mes primaba la niebla, ese mes sería lluvioso;
si da la sequedad, resultaría un mes aciago para el agro, seco.
Wikipedia. Miguel Tarin Lopez